Canasta familiar, crónica de una telaraña familiar
Siempre he pensado que un buen libro se caracteriza por guardar el equilibrio, el justo medio entre palabras, coherencia, extensión, estructura y silencios. En Canasta familiar, Alejandro Sánchez avanza con cuidado, se mueve ágilmente, mide el espacio entre sus talones, calcula la fuerza de sus pies, la postura de su cabeza, el movimiento de su cuerpo y la distancia, para no irse demasiado de un lado o de otro. Nuestro trapecista se balancea entre abismos hasta llegar al otro extremo de la cuerda, manteniendo siempre el equilibrio.
Alejandro propone un lenguaje sencillo, fácil de leer, no necesita recurrir al uso de palabras rimbombantes, adornos, exageraciones o frases encriptadas para alcanzar profundidad en el relato. Su lenguaje se caracteriza por la mezcla de palabras comunes y dichos coloquiales, seguidos de metáforas, analogías y silencios. Escribe: “Son sus soles y su cariño, a cada tanto, quema” y no necesitamos que nos explique que se refiere al carácter ambivalente del amor. En Mi hermano el futbolista, el sexto de esta serie de ocho cuentos, narra: “Cuando empezaba un partido y se levantaba el polvo tras el balón, me persignaba como si fuese un creyente” (Sánchez, 2023, p. 63), ilustrando de esta manera la euforia de estar en las gradas, pero sobretodo el orgullo de ver a su hermano en la cancha. Un lenguaje sencillo, sin que esto signifique, que al otro lado de la cuerda, no encontremos reflexiones intensas y un relato contundente.
Canasta familiar encarna un tono nostálgico y triste que a su vez contiene chispas de humor. Alejandro nos lleva por paisajes desoladores y luego nos saca una sonrisa, de nuevo, como todo buen trapecista. En Tarea escolar narra una historia violenta, llena de dolor, secretos e injusticias, pero al final cierra con una frase que nos hace soltar una carcajada: “Mija, debí haberle cogido la mano a ese hombre y contarle los dedos” (Sánchez, 2023, p. 51).
Por otro lado, las pistas que deja a lo largo del texto resultan muy adecuadas, como las fichas de un rompecabezas que poco a poco van tomando forma. Por ejemplo, cuando escribe: “La sorprendió la tranquilidad de los rostros bajo el agua; la atrapó la sonrisa del número ocho. No intuía, no podía hacerlo, la futura opacidad de ese gesto” (Sánchez, 2023, p. 18). O “Juliana. Ese iba a ser el nombre de mi hermano antes de que nuestra madre se enterara, por allá en el séptimo mes de embarazo, que el cuerpo acurrucado en su vientre era un varón” (Sánchez, 2023, p. 59). Esta manera de hilar no solamente hace que el lector se detenga en los detalles, sino que además busque anticipar el porqué de la historia. Como el trapecista que anticipa la punta del pie, la caída del talón y el borde del abismo.
Ahora bien, en relación con el contenido debo decir que el argumento que expone es la familia como una urdimbre de seres humanos; un tejido de recuerdos, nostalgias, culpas, tristezas y alegrías del que difícilmente se escapa. El texto nos muestra cómo las historias se van entrelazando y cada personaje carga consigo algo de su familia: una esposa lleva los vasos llenos de whiskey y nostalgia, un hijo carga los sueños rotos de dos generaciones, una bisabuela guarda secretos entre una camándula y un tinto, una madre esconde el dolor del abandono y un niño juega con un carrito de bomberos mientras dibuja la ausencia de un rostro.
El escritor colombiano presenta la familia como esa gran telaraña de genética y traumas, en la que amar alimenta y duele, resalta la ambivalencia de la familia, pues de un lado, esta le otorga al ser humano el sentido de pertenencia y origen, mas de otro lado, coarta su libertad y le pone márgenes a su individualidad. Porque no solo llevamos los rasgos y enfermedades de nuestros antepasados, sino también los dolores, las frustraciones, las alegrías y las ausencias. Canasta familiar nos abre la puerta a estas reflexiones del carácter agridulce de la familia.